Cádiz huele a sal”, así reza una canción de una artista de la vecina Isla de León (San Fernando). Y no le falta razón. Este puerto al que arribaron los barcos procedentes de las Indias es marinero en todos los sentidos, y por supuesto también en el olfato. Al olfato y al gusto acabamos de darle sus respectivos placeres cuando llegamos a la Plaza de San Juan de Dios, donde concluyó nuestra anterior etapa gaditana. Desde aquí, nos proponemos descubrir la Tacita de Plata y todos sus encantos.

Desde las Indias al corazón de Cádiz

En el siglo XVII Cádiz era uno de los puertos de referencia de la península. Esta plaza abierta al puerto, que en otro tiempo estaba un poco más cerca, era la puerta de entrada de las mercancías que venían del otro lado del Atlántico. Portados por barcos que se avistaban desde la Torre Tavira, a la que llegaremos tras adentrarnos en el barrio de la Merced.

Cádiz, Campo del Sur

Catedral de Cádiz y Campo del Sur

Estamos ante el Ayuntamiento de Cádiz, deleitándonos con las entonaciones varias que hace cada hora y medias. Melodías marianas tocadas al son de varias campanas. A nuestra izquierda se encuentra el barrio de la Merced, cuyo epicentro es el convento del mismo nombre y el mercado, también homónimo. De esta barrio ya hemos visitados algunas de sus joyas, como son el Convento de Santo Domingo y el actual Palacio de Congresos, antaño Fábrica de Tabacos. En estas encrucijadas calles también abre sus puertas el Museo del Flamenco, que no todo iba a ser Carnaval en Cádiz.

Un arco, llamado del Pópulo, nos adentra en uno de los barrios más populares de la ciudad, aquel que en otro tiempo habitaron los más adinerados. De un lado el Ayuntamiento hace de fachada hacia la Bahía, y del otro nos encontramos una interesante excavación. Es el Anfiteatro Romano de Cádiz. Ahora por fin se puede ver, al menos en parte, tras suprimir algunas de las viviendas de vecinos que durante siglos lo taparon. Tanto es así que hasta la Catedral Vieja está subida encima.

Cádiz, a pesar de ser una pequeña población, comparada con otras capitales andaluzas, cuenta con dos catedrales, y las dos están al lado la una de la otra. En realidad la primera, la Catedral Vieja, fue accidental. La ciudad pasó de ser un rincón desapercibido en el mapa a un referente del negocio con América. Así la iglesia de Santa Cruz fue designada Catedral. Entramos dentro y nos asombramos con varias figuras escultóricas que hacen salida procesional en Semana Santa, pero también con la construcción en sí, excepcionalmente conservada a pesar de distar apenas cinco metros de Atlántico.

No tiene pérdida el Camino hasta la Catedral, la nueva. Un arco, llamado de la Rosa, nos da acceso a una gran plaza de palmeras interminables que parecen querer ver el mar por encima del templo mayor de la ciudad. La catedral está al mismo pie del mar, sin embargo, mira hacia la bahía. En su fachada es fácil distinguir los tiempos de apogeo y las épocas en que los dineros no eran tantos. Construida con piedra calcárea en los inicios, los comercios con las Indias permitió que aproximadamente la mitad restante se levantara con mármol. En el interior destaca la cripta, donde descansa José María Pemán junto al maestro Manuel de Falla.

Cádiz Tejados

El cielo de Cádiz

Flores y “pescaito”

Entramos ahora en otra parte de la ciudad que aún es más antigua. La calle de la Compañía, cuyos primeros vecinos son los seminaristas, nos lleva hasta la Plaza de las Flores, presidida por el imponente edificio de Correos. Varios puestos ofrecen deliciosos olores y colores de las flores con que se llena la calle y le da nombre. Y cuando la hora del aperitivo se acerca comienza el olor a pescaito frito, una de las delicias gastronómicas de Cádiz.

Muy próximo, se antoja interesante otra visita que nos permite conocer la idiosincrasia de los gaditanos y gaditanas, el Mercado de Abastos. Este es de reciente construcción, pero sus moradores, vendedores y clientes son los de siempre. Irresistible no pasear entre puestos de pescados, frutas y carnes.

A tan solo unos pasos los sonidos que se escapan del conservatorio nos anuncian que estamos a los pies de la Torre Tavira. Este edificio se construyó para ver qué barcos procedían a entrar en la Bahía y posteriormente a puerto, a fin de comenzar a comercializar las mercancías antes de que tocaran tierra firme. Hoy se puede observar una panorámica de la ciudad gracias a la Cámara Oscura.

Los pulmones de Cádiz, con permiso del Atlántico, son las plazas que destacan en el plano cenital. La Plaza de San Agustín, Plaza de San Francisco, la Plaza de San Antonio, Candelaria y la Plaza de Mina, son las más importantes del casco histórico. Su presencia es de agradecer a los huertos de los conventos que había en la ciudad y que le han dado nombre. En lo que fuera parte de uno de esos conventos, el de San Francisco, con entrada desde la Plaza de Mina, se encuentra el Museo Arqueológico y de Bellas Artes. De su amplia exposición nos quedamos con dos impresionantes sarcófagos fenicios datados en el siglo V a.C.

Faro de San Sebastián Cádiz

Faro de San Sebastián Cádiz

Castillos y baluartes

Cuenta la historia que desde el Baluarte de la Candelaria pendía una cadena que cruzaba toda la Bahía hasta El Puerto de Santa María, y que servía para cortar el paso a los barcos enemigos. Cierto o no, la verdad es que la Bahía y Cádiz estaban bien protegidas.

Una vez que dejamos atrás la Alameda Apodaca y el Baluarte, nos adentramos en el Parque Genovés, con sus árboles de sinuosas formas y la balaustrada que da vista al mar. Sin perder de vista el Atlántico llegamos al Castillo de Santa Catalina, hoy centro de exposiciones y cultura (donde hace mucho tiempo mi abuelo hizo la “mili”).

La Playa de la Caleta, con su famoso balneario, reconvertido en Museo Arqueológico Submarino, es la que separa a los dos castillos de Cádiz. Una puerta y un largo camino adentrándonos en el mar nos lleva hasta el Castillo de San Sebastián, donde el único faro completamente metálico de España ilumina a los barcos indicándoles donde ésta Cádiz, invitándolos a atracar en la Tacita de Plata.